Aviones de guerra para platos vacíos: El brindis amargo de un país que se asfixia

Mientras el gobierno festeja con bombos y platillos una supuesta baja en los índices de pobreza, la realidad en los barrios es un puñetazo en la boca del estómago. Nos dicen que estamos mejor, que los números cierran, pero los números de la gente no dan: la heladera sigue vacía, el alquiler sigue impagable y el "empleo" se construye en base a aplicaciones como Uber y changas que no cubren ni la canasta básica.
​La contradicción es tan obscena que ya roza el surrealismo. Nos gastamos fortunas en aviones F-16, mientras la salud mental de nuestras Fuerzas Armadas se desintegra —cuatro suicidios en una semana—. ¿Qué tipo de soberanía defendemos si la gente se muere de angustia al no llegar ni a la primera quincena con su sueldo?
​El combustible sube, la inflación mensual se mantiene en ese "2%" que sigue siendo un mazazo, y mientras tanto, la educación pública y la discapacidad vuelven a estar en la mira. De nuevo intentan derogar leyes de financiamiento para universitarios y personas con discapacidad, como si el costo humano de esas decisiones no tuviera un impacto real y palpable en miles de familias. ¿A quiénes puede importarles la "estabilidad" si se construye sobre la espalda de los más vulnerables y el futuro de nuestros jóvenes?
​Por si fuera poco, los legisladores salteños, esos que deberían defender a su provincia, a su gente y al proyecto regional, levantan la mano con el oficialismo como si no los estuviésemos mirando. La prenda política parece valer más que la lealtad al pueblo salteño que los votó. Esta Argentina, la del 2025/2026, es una Argentina que ahoga y, a veces, mata.
​Como si el panorama no fuera lo suficientemente desolador, los medios anuncian la llegada del virus H3N2, una nueva amenaza sanitaria que encuentra a una sociedad agotada, sin margen de maniobra y con un sistema de salud bastante apaleado. No podemos seguir así, mirando para otro lado. Los índices de pobreza pueden ser un número frío en un informe, pero la pobreza real se ve en la mesa de cada familia, más ahora en las fiestas; se ve en la desesperanza de un joven que no puede terminar de estudiar y en la bronca contenida de un militar olvidado, que debe hacer horas extras en cualquier trabajo para llevar el pan a su casa mientras ve a los flamantes F-16 pasearse por la ciudad.
​La "Argentina que nos ahoga" es la que no soporta más esta hipocresía. Porque un país no se mide por la velocidad de sus aviones de combate, sino por la capacidad de sus ciudadanos para sentarse a la mesa sin el miedo constante de que el mañana sea, otra vez, un territorio enemigo.