El artículo disecciona la compleja identidad del hincha argentino: ¿es la cancha el último reducto de una libertad primordial o la enajenación perfecta? Una reflexión sobre la lealtad, la violencia y el ritual de un amor que desafía la razón. Adéntrate en la filosofía del tablón.
El Algoritmo de Platón20/12/2025
Bruno
En un mundo saturado de algoritmos que fragmentan la identidad en burbujas de interés individualizado, la hinchada de fútbol emerge como un fenómeno anacrónico, casi una anomalía antropológica. Pertenecer a una barra, a una tribuna, ¿es un acto de tribalismo regresivo o la manifestación de una necesidad primordial de comunidad, de ese Mito del Origen que Eliade buscaría en cada ritual?
La implicación filosófica de esta pertenencia es vasta. Desde una perspectiva marxista, podría argumentarse que el fútbol es el "opio del pueblo", la distracción perfecta que desvía la energía revolucionaria hacia un simulacro de conflicto. Gramsci, en su análisis de la hegemonía, reconocería en la camiseta un símbolo cultural que construye identidad y lealtad. Sin embargo, no puedo ignorar la contradicción: ¿no es acaso en esa misma alienación donde se gesta una forma de resistencia existencial? Una micro-política del afecto donde la lealtad al club se erige como un último baluarte contra la indiferencia del sistema. El individuo, anónimo en la multitud, recupera una voz, un propósito, un "nosotros" que la sociedad del selfie le ha robado.
El hincha argentino, ese espécimen de fervor incomprensible para el observador externo, es un compendio de paradojas. Es pasional, hasta la violencia, una fuerza que Foucault analizaría como la irrupción de un poder no regulado, un escape de la biopolítica que controla los cuerpos. Es criticón, siempre al borde de la desesperación y la queja, pero a la vez emotivo, capaz de la lágrima más genuina ante una victoria o una derrota. Es leal a morir, una fidelidad que desafía la racionalidad económica, sacrificando tiempo, dinero y hasta la paz familiar por un color.
El hincha asiste no solo a un evento deportivo, sino a una renovación de su propia identidad. En ese grito desgarrado, en ese abrazo con el desconocido, hay una afirmación de la existencia que trasciende lo meramente futbolístico. Es un acto de fe, una liturgia profana.
Porque si la modernidad nos condena al aislamiento y el algoritmo nos reduce a datos, ¿no es en la tribuna, en ese clamor colectivo, donde el ser humano recupera, aunque sea por noventa minutos, la dignidad de sentirse parte de algo que lo supera, de un ritual sagrado que, en su irracionalidad más pura, le recuerda que aún está vivo?
Por S-O
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